El pasado mes de julio fue desenterrado Carlo Broschi, contratenor italiano más conocido como Farinelli que trabajo a las órdenes de la corte española y hasta llegó a ser nombrado primer ministro. Farinelli, conocido por la película del mismo título del belga Gérard Corbiau, es sin duda alguna el castrato más reputado de todos los tiempos, del cual se dice tenía un agudísimo y muy particular rango de voz con una potencia espectacular. Su exhumación fue realizada con el objetivo de estudiar las repercusiones de la castración sobre las cuerdas vocales y la laringe, así como a sus aspectos físicos.
Los castrati, como eran llamados los cantantes como Farinelli, fueron muy populares en la Europa durante el periodo que comprenden los siglos XVI y XVII hasta bien entrado el XIX, cuando la práctica de la castración fue totalmente prohibida. Alessandro Moreschi fue el último cantante castrado del cual se conservan archivos sonoros grabados en 1902.
Hace pocas semanas se estrenó una obra llamada Mostruos y Prodigios, dirigida por Claudio Valdés y que está recorriendo Europa, que recrea la vida de un castrato entre los siglos mencionados anteriormente. Aquí aparecen los castrati como los sex symbols de la época, que podían satisfacer a las mujeres sin riesgo de dejarlas embarazadas, por lo que eran considerados el ideal perfecto de amante. También aparecen en la obra escenas de hombres y mujeres que se desmayaban al oír estas melodiosas voces que parecían no eran de este mundo, de los caprichos notables que tenían o de sus jugueteos amorosos; por poner un ejemplo a Farinelli le gustaba seducir y hacer el amor como un cosaco, pero siempre remataba la faena su hermano.
El cometido de la obra es reconocer la brutalidad que había en la práctica de amputar los testículos a un niño y ver, pasados los años, si este valía para cantar o no. Más de cuatro mil niños que estaban enfrascados en la pobreza eran comprados a sus padres para ser castrados y recibir clases preparatorias de canto, sin que la mayoría una vez adultos sirvieran para interpretar y fueran dados de mano, consumiéndose en la pobreza y en el fracaso.
En estos tiempos sigue habiendo una elite de contratenores que actúan como los castrati aunque en realidad no lo sean. Y que usan el mismo repertorio y su voz es casi idéntica a la de estos genios líricos.
Philippe Jaroussky, David Daniels o Andreas Scholl son algunos de estos ejemplos, llamados castrados naturales por no haber sido sometidos a ningún tipo de intervención, aunque cantan así por la propia imposición de su voz.
Javier Medina, que interpreta la obra de Valdés, sin embargo puede cantar natural y fielmente como un castrato. Según dice, la gente se sorprende al escucharlo porque no se aventuran a resolver a qué género pertenece, si es hombre o mujer o si es un niño más crecido de la cuenta.
Causa tanta espectación como causaron estos extraños y misteriosos personajes siglos ha.
Los castrados fueron figuras trágicas y dramáticas que escondían tras de sí una etiqueta de juguetes humanos que habían sido creados por los propios hombres para el arte o mejor dicho para los incentivos económicos.
Por un lado guardan paralelismos hoy día con las estrellas de rock de nuestros días, eran los sex symbols de la época como las estrellas de Hollywood más cotizadas y por otro lado pendían de los hilos que manejaban los de arriba para explotarlos, como ocurre hoy día con tantos niños prodigio de estabilidad efímera.
2 comentarios:
La verdad es que no conocía este hecho. O sea, que los castrados de aquella época equivalen a los sex symbols de ésta. Increible el hecho de que los castraran y los utilizaran como incentivos económicos. Todas las épocas tienen sus particularidades, aunque sean crueles.
Sí, lo cierto es que la historia está salpicada de "juguetes rotos" (como diría el celebriti de Macaulay Culkin :P). Es muy duro comprobar cómo la sociedad, a través de todas las épocas, aprovecha el talento de los indefensos sin preguntarles qué es lo que realmente querían hacer con su vida. El caso de los castrati es realmente algo extremo.
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