Rosebud, Rosebud… Esta frase es la chispa que enciende la mecha de la considerada como mejor obra fílmica de todos los tiempos, Ciudadano Kane, a causa de la cual un dicharachero periodista comienza a investigar, llevando a cabo una serie de entrevistas a diversas personalidades, la vida de Charles Foster Kane, el magnate de la prensa amarilla basado como todos sabemos hoy día en el astuto y malogrado William Randolph Hearst.
La cinta obtuvo inmediatamente tras su estreno una acogida asombrosa, tanto por parte del público como por la crítica. Sólo los sectores más cercanos a la prensa de Hearst intentaron boicotearla.
Orson Welles fue considerado un genio en el que fue su primer filme, dirigido con apenas veinticinco años. Considerado un niño prodigio durante su infancia, el orondo actor/director en su madurez puso voz a aquellos ataques marcianos de La guerra de los Mundos en la versión radiofónica de la CBS, que provocó el éxodo inmediato de los habitantes de Nueva Jersey.
Gracias a este afortunado acierto, fue llamado por la RKO firmando un millonario contrato por el cual tenía la libertad de escribir, dirigir, protagonizar y producir algunas películas.
Welles lo tuvo muy claro desde el principio, una de sus ideas era llevar a la gran pantalla una adaptación de El cuarto mandamiento, novela de Booth Tarkington ganadora del Pulitzer, que realizaría después de Ciudadano Kane. El guión de esta última estaba basado en una idea original del propio Welles, contando con la ayuda –ya que era el primer guión al que se enfrentaba- de Herman J. Mankiewicz –hermano de Joseph L. Mankiewicz- junto al cual ganaría el Oscar al mejor guión cinematográfico original, único de los nueve a los que aspiraba la película.
El Oscar, único de la carrera del director de Winsconsin, se ha convertido en manzana de la discordia entre productores, cinéfilos, académicos, coleccionistas, subastadores y pujadores. Es ahora que sale a subasta por mediación de Sotheby’s cuando vuelve a molestar la espiníta en la Academia de Hollywood.
Desde el año 1950 la entidad de Los Ángeles prohibe terminantemente bajo contrato la venta o trueque como valor de cambio de la estatuilla dorada, sin antes venderla a la Academia por el simbólico precio de 1 dólar.
Hasta entonces la cosa había ido bien, nadie había intentado consumar la hazaña con antelación; sin embargo el avispado de Welles tuvo la osadía de deshacerse de él, a espaldas de la Academia por supuesto, regalándolo como pago a un realizador por un trabajo que había hecho. Éste realizador lo tuvo guardado en su casa hasta que lo sacó de nuevo a la luz, momento hasta el cual se consideró perdido.
Años después sería reclamado por Beatrice Welles –la hijísima- como herencia familiar y el juez de turno decretó que fuera suyo. La Academia estuvo contenta mientras duró el romance entre la estatuilla y la señorita Welles, pero tras un intento de subasta emanaron los recelos de la Academia de Hollywood, que intentó evitar que la gesta se realizara correctamente.
Finalmente en 2003 el Oscar fue vendido a una organización dedicada a la salud y la educación llamada Dax Foundation, responsable de sacarla ahora a puja.
Aunque se ha recurrido, vía legal, a la propiedad de la Academia sobre el Oscar, en realidad éste nunca ha estado sostenido bajo ningún contrato puesto que en 1941, año en el que fue concedido, no existía la “ley” académica de propiedad absoluta sobre el monigote de la espada.
Como ocurrió con los premios que recibió Lo que el viento se llevó (el de mejor película que alcanzó la cifra de venta de 1,5 millones de dólares, y el de Vivien Leigh a la mejor actriz que se saldó por 550.000 dólares), al Oscar de Ciudadano Kane le espera una subasta movidita. Se especula que alcance la cifra de 1,2 millones para cuando sea subastado el próximo 11 de diciembre en la casa de subastas de Sotheby’s en Nueva York. Allí mandará la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood un séquito de postores para intentar terminar así con un final feliz esta larga historia.
Dijo alguna vez Orson Welles que lo peor de todo es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude.
Pues eso, suerte para la Academia.