La gemelocracia polaca tocó fondo el pasado fin de semana. Eran muchos los que auguraban un destino fatal para el gobierno de los ultraconservadores católicos que han sido inscritos en la Historia como la legislatura más corta jamás desempeñada en la joven democracia polaca.
En las elecciones generales celebradas en Polonia en 2005, como consecuencia de los fallos de anteriores gobiernos en el poder, fueron elegidos como altos mandatarios de la república los gemelos Lech y Jaroslaw Kaczynski, como Presidente de la República y Primer Ministro respectivamente. Ambos pertenecientes al partido Ley y Justicia, resultado de los coletazos del antiguo sindicato en el poder Solidaridad y del partido Alianza Democrática de la Derecha, crearon una política derechista y ultraconservadora que pretendía implantar un régimen autócrata y personal (hasta el punto de no tener buenas relaciones con Europa pese a que su propio partido es ampliamente europeísta), además de restablecer la pena capital y luchar en la contra de la práctica de la eutanasia, el matrimonio homosexual o la legalización de las drogas.
Como en una película de aventuras, reseñemos que los Kaczynski protagonizaron un filme épico en los 60 titulado Sobre dos, que robaron la luna, los dos gobernantes tomaron la empuñadura de la espada para empezar a cortar a diestro y siniestro las libertades, de las que los polacos gozaban tras el derrocamiento del comunismo por parte –paradójicamente- de Solidaridad hace apenas 2 décadas, limitándolas tan sólo a unas cuantas.
Aliados fieles del Vaticano por aquello de que Juan Pablo II, artífice de la transición con ayuda de la CIA, era a la par polonés, los gemelos Kaczynski llamaron la atención el pasado periodo estival por vetar la programación de los teletubbies en la parrilla televisiva al considerarlos fomentadores de la homosexualidad; igual trato recibió la punzante serie británica de culto Little Britain que fue prohibida ya de antemano por contener en sus múltiples sketches algunos personajes de naturaleza gay, de entre todos ellos: un cura.
El “neopuritanismo” que deseaba instaurar el gobierno no terminaba de calar entre la población enmarcada en un entorno dentro de la comunidad europea en constante cambio. La prohibición de que personas del mismo sexo fueran sorprendidas de la mano o besándose en lugares públicos, las patrullas policiales en las playas persiguiendo a mujeres en topless con penas de multa, la censura a los medios de comunicación, la utilización de cámaras de vigilancia en las escuelas o la renuncia a utilizar anestesias en los pacientes en los hospitales públicos, sumado a los incesantes casos de corrupción dentro del gobierno, particularmente el caso de el ex-viceprimer ministro Andrzej Lepper, provocaron las unánimes protestas del pueblo polaco que se tradujeron en una contestación en forma de elecciones, perpetrándose estas dos años antes de finalizar la legislatura.
El partido Ley y Justicia consideró en su momento que era cierto el que hubiesen tenido lugar una serie de errores dentro del gobierno, pero en ningún instante se retractó de todas las innecesarias medidas adoptadas por la administración, que más que progreso suponía un retraso garrafal e inquisitorio dentro de la sociedad.
Sin embargo los polacos no perdonan y decidieron repartir sus votos entre los candidatos electos, saliendo vencedor, tras una jornada electoral que fue tildada de caótica (las más concurridas desde 1989), el representante del partido liberal Donald Tusk (Plataforma Cívica), que aseguro poco después de su elección que estaba agradecido a todos los polacos que lo habían votado porque así demostraban que amaban a su país.
Ahora Tusk afrontará el desafío de solventar los destrozos coyunturales de un país cada vez más presente en la Unión Europea.
Su reto será el de deshacer el nudo gordiano trabado por Kaczynski (Jaroslaw en éste caso, ya que Lech seguirá como Presidente de la República hasta nuevas elecciones presidenciales), que esperemos que como ocurrió al Gran Alejandro sea de forma rápida, certera y de un sólo golpe.
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